El desarrollo de la neotecnología [1] no es en absoluto una fatalidad; la “sociedad de la información” no es el fin hacia el que la humanidad tendería de forma natural, como pretenden aquellos que, siguiendo el ejemplo del Alvin Toffier en la La tercera ola [2], recortan la historia en fases sucesivas que van de lo concreto (la “revolución” agrícola) hacia lo abstracto (la “revolución” de la información), siendo la sociedad industrial el estadio intermedio. En oposición total a esta concepción, afirmamos que la adaptación de nuestra sociedad a la neotecnología es el fruto de un condicionamiento, conforme con la tecnología que lo engendró. Vamos a exponer nuestros argumentos en este capítulo, criticando primero la idea de fatalidad histórica; después precisando la relación entre técnica, tecnología y neotecnología, lo que nos conducirá a mostrar particularmente que la crítica de las dos últimas no puede ser conducida, contrariamente a lo que piensan algunos, a una “crítica de la técnica” que no tiene, en su extrema generalidad, ningún sentido; en fin, examinaremos en detalle las modalidades del condicionamiento neotecnológico tal como se ejerce en dos campos particulares - en el disco y el libro.
Se nos anuncia desde hace mucho tiempo el ineluctable advenimiento de la “tercera revolución industrial” y de la “sociedad de la información” como su supuesto resultado. Desde el fin de los años setenta, el programa F.A.S.T. [3], lanzado por la Comisión de comunidades europeas para “contribuir a definir las prioridades de R&D (investigación y desarrollo) a nivel europeo en vistas al desarrollo de una política coherente a largo plazo de la ciencia y de la tecnología”, hacía de la “sociedad de la información” uno de sus tres ejes de investigación prioritarios [4], con el pretexto de que “la informatización de la sociedad será la gran apuesta de los dos próximos decenios”. Ahora que los dos decenios han transcurrido, podemos constatar que la “informatización de la sociedad” es una realidad bien patente, conforme a las previsiones. Esta constatación puede dar lugar a dos interpretaciones divergentes:
a) esta informatización era inevitable; el hecho de que las instituciones nacionales y supranacionales la hubieran previsto a tiempo es un signo de su clarividencia y de su solicitud respecto a las poblaciones que tienen a cargo;
b) esta informatización es el resultado de una política voluntarista, que la ha impuesto presentándola como inevitable; las instituciones nacionales y supranacionales la han programado, sin desdeñar ningún esfuerzo para hacer que este programa se haga realidad; si hizo falta poner en marcha una política voluntarista para conseguirlo, es justamente porque este desarrollo no tenía ni rastro de fatalidad.
Según la primera interpretación, el desarrollo técnico -por el que hay que entender este desarrollo técnico, la evolución en esta dirección determinada- es un destino: se trata del resultado y de la superación de etapas precedentes de la evolución del género humano, independientemente de apreciaciones subjetivas; toda objeción es entonces vana, conforme al adagio según el cual “no se puede detener el progreso”. Esta interpretación implica que la historia humana se orienta a priori en una dirección determinada, independientemente de la voluntad de quien sea, según el proceso bautizado por Hegel como “astucia de la razón”.
Se nos anuncia desde hace mucho tiempo el ineluctable advenimiento de la “tercera revolución industrial” y de la “sociedad de la información” como su supuesto resultado. Desde el fin de los años setenta, el programa F.A.S.T. [3], lanzado por la Comisión de comunidades europeas para “contribuir a definir las prioridades de R&D (investigación y desarrollo) a nivel europeo en vistas al desarrollo de una política coherente a largo plazo de la ciencia y de la tecnología”, hacía de la “sociedad de la información” uno de sus tres ejes de investigación prioritarios [4], con el pretexto de que “la informatización de la sociedad será la gran apuesta de los dos próximos decenios”. Ahora que los dos decenios han transcurrido, podemos constatar que la “informatización de la sociedad” es una realidad bien patente, conforme a las previsiones. Esta constatación puede dar lugar a dos interpretaciones divergentes:
a) esta informatización era inevitable; el hecho de que las instituciones nacionales y supranacionales la hubieran previsto a tiempo es un signo de su clarividencia y de su solicitud respecto a las poblaciones que tienen a cargo;
b) esta informatización es el resultado de una política voluntarista, que la ha impuesto presentándola como inevitable; las instituciones nacionales y supranacionales la han programado, sin desdeñar ningún esfuerzo para hacer que este programa se haga realidad; si hizo falta poner en marcha una política voluntarista para conseguirlo, es justamente porque este desarrollo no tenía ni rastro de fatalidad.
Según la primera interpretación, el desarrollo técnico -por el que hay que entender este desarrollo técnico, la evolución en esta dirección determinada- es un destino: se trata del resultado y de la superación de etapas precedentes de la evolución del género humano, independientemente de apreciaciones subjetivas; toda objeción es entonces vana, conforme al adagio según el cual “no se puede detener el progreso”. Esta interpretación implica que la historia humana se orienta a priori en una dirección determinada, independientemente de la voluntad de quien sea, según el proceso bautizado por Hegel como “astucia de la razón”.
56pag
Ediciones Aversivas
1€
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