EDICIONES AVERSIVAS

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miércoles, 29 de enero de 2014

NUESTRXS HIJXS NO LO VERÁN

         Decir que vivimos atrapados por la tecnología, no significa que tengamos que resignarnos a que la tecnología nos atrape.
Estas reflexiones surgen a partir de diversos debates, nunca cerrados, entre gente abierta a contemplar y criticar sus propias contradicciones pero con ganas de cuestionar, y en la mayoría de los casos demoler el “todo” que se nos impone.

         Se trata en este momento, no de llegar a nada en concreto, sino de esbozar una inquietud en evolución: cómo, desde nuestra práctica como reflejo de una conciencia determinada, podemos llegar a convivir con nuestras incoherencias desde la lucha contra la máquina.

         Si la tecnología es algo que acompaña al ser humano y a su inteligencia como algo innato (desarrollo de herramientas y útiles básicos), ¿desde qué momento la tecnología es buena o mala? Cuando el capitalismo era aun un proyecto en gestación se generalizó una visión del progreso como algo incuestionablemente deseable, y quien dijese lo contrario, se posicionaba en favor de la penuria y la ignorancia[1]. En éste momento, determinada concepción de la ciencia (como forma de explicar fenómenos naturales) hasta ahora generada por la observación directa y por apendizajes natuales, y fruto de la necesidad de supervivencia, pasó a ser gestionada y por tanto absorbida por los intereses de ese progreso que prometía riqueza y desarrollo.
         A partir de aquí comienza la desposesión de los propios aprendizajes y la pérdida de autonomía en la creación de los mismos, los curiosos empiezan a depender de artilugios que no saben arreglar; los campesinos son sustituidos por máquinas y trasladados a las ciudades como mano de obra barata para controlar otras máquinas que tampoco por ellos mismos podían fabricar.
         La pérdida de autonomía se generaliza, y la pobreza real entre la población aumenta rápidamente. Doblegando a quienes pretendían conservar los reductos de autogestión, que sólo podía ejercerse en el campo. Aparecen políticas de cercamientos que refuerzan la propiedad privada y limitan, cuando no condenan y castigan, los usos libres de los recursos de la naturaleza. Y así, la población es empujada a las ciudades, donde la única manera de subsistir es accediendo a un trabajo asalariado.

         Las cosas han cambiado mucho desde el siglo XIX, pero la tendencia de las migraciones ha seguido “evolucionando” hacia la superpoblación de as urbes y el abandono de las zonas rurales. Nos encontramos ahora en un momento de dependencia total hacia los combustibles fósiles, y éstos se agotan a costa de la destrucción de la tierra. ¿sería posible el abastecimiento de las ciudades sin ellos? Indudablemente: no. Las ciudades cumplen un papel fundamental en la justificación de esta esquilmación de los recursos naturales. Por un lado, la hace necesaria para abastecerlas, y por otro, la cultura de masas genera una pseudoceguera o más bien indiferencia hacia la devastación; no da tiempo a pensar sobre otras que no sean la inmediated de las necesidades creadas.

          Cuando nos planteamos esta realidad, nuestros imaginarios vuelan. Hay quienes piensan ciudades utópicas y sanas, nosotras, solo vemos destrucción; contemplamos la inviabilidad de una vuelta al campo, con las mentalidades vagas generadas por la dependencia hacia la tecnología y la superpoblación; y es que consideramos que los fines del desarrollo tecnológico no son facilitarnos la vida, o aumentar nuestra capacidad de hacer (cosas) sino inculcar determinada forma de entender el mundo, “no sabes por qué, pero sabes que puedes hacerlo” (comunicarte por skipe con una persona en la otra punta del mundo); esto conlleva que no nos veamos capaces de vivir sin ésta posibilidad. Que dependamos de ella como algo seguro y presente en nuestra existencia. Hemos perdido la capacidad de sobrevivir por nosotras mismas en la dependencia hacia un producto que no controlamos, y que se nos ha impuesto como una necesidad, hasta el punto de manipular nuestro esquema mental sobre el mundo y de presentársenos como una necesidad sin la cual no podemos desarrollar nuestras vidas. Y ante ésto, ¿qué hacer?









[1]              .Miguel Amorós, “El sabor de la tierruca/  capital, tecnología y proletariado.”

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