Decir que vivimos atrapados por la tecnología, no significa
que tengamos que resignarnos a que la tecnología nos atrape.
Estas
reflexiones surgen a partir de diversos debates, nunca cerrados, entre gente
abierta a contemplar y criticar sus propias contradicciones pero con ganas de
cuestionar, y en la mayoría de los casos demoler el “todo” que se nos impone.
Se trata en este momento, no de llegar a nada en concreto,
sino de esbozar una inquietud en evolución: cómo, desde nuestra práctica como
reflejo de una conciencia determinada, podemos llegar a convivir con nuestras
incoherencias desde la lucha contra la máquina.
Si la tecnología es algo que acompaña al ser humano y a su
inteligencia como algo innato (desarrollo de herramientas y útiles básicos),
¿desde qué momento la tecnología es buena o mala? Cuando el capitalismo era aun
un proyecto en gestación se generalizó una visión del progreso como algo
incuestionablemente deseable, y quien dijese lo contrario, se posicionaba en favor
de la penuria y la ignorancia[1]. En éste momento,
determinada concepción de la ciencia (como forma de explicar fenómenos
naturales) hasta ahora generada por la observación directa y por apendizajes
natuales, y fruto de la necesidad de supervivencia, pasó a ser gestionada y por
tanto absorbida por los intereses de ese progreso que prometía riqueza y
desarrollo.
A partir de aquí comienza la desposesión de los propios
aprendizajes y la pérdida de autonomía en la creación de los mismos, los
curiosos empiezan a depender de artilugios que no saben arreglar; los
campesinos son sustituidos por máquinas y trasladados a las ciudades como mano
de obra barata para controlar otras máquinas que tampoco por ellos mismos
podían fabricar.
La pérdida de autonomía se generaliza,
y la pobreza real entre la población aumenta rápidamente. Doblegando a quienes
pretendían conservar los reductos de autogestión, que sólo podía ejercerse en
el campo. Aparecen políticas de cercamientos que refuerzan la propiedad privada
y limitan, cuando no condenan y castigan, los usos libres de los recursos de la
naturaleza. Y así, la población es empujada a las ciudades, donde la única
manera de subsistir es accediendo a un trabajo asalariado.
Las cosas han cambiado mucho desde el siglo XIX, pero la
tendencia de las migraciones ha seguido “evolucionando” hacia la superpoblación
de as urbes y el abandono de las zonas rurales. Nos encontramos ahora en un
momento de dependencia total hacia los combustibles fósiles, y éstos se agotan
a costa de la destrucción de la tierra. ¿sería posible el abastecimiento de las
ciudades sin ellos? Indudablemente: no. Las ciudades cumplen un papel
fundamental en la justificación de esta esquilmación de los recursos naturales.
Por un lado, la hace necesaria para abastecerlas, y por otro, la cultura de
masas genera una pseudoceguera o más bien indiferencia hacia la devastación; no
da tiempo a pensar sobre otras que no sean la inmediated de las necesidades
creadas.
Cuando nos planteamos esta realidad, nuestros
imaginarios vuelan. Hay quienes piensan ciudades utópicas y sanas, nosotras,
solo vemos destrucción; contemplamos la inviabilidad de una vuelta al campo,
con las mentalidades vagas generadas por la dependencia hacia la tecnología y
la superpoblación; y es que consideramos que los fines del desarrollo
tecnológico no son facilitarnos la vida, o aumentar nuestra capacidad de hacer
(cosas) sino inculcar determinada forma de entender el mundo, “no sabes por
qué, pero sabes que puedes hacerlo” (comunicarte por skipe con una persona en
la otra punta del mundo); esto conlleva que no nos veamos capaces de vivir sin
ésta posibilidad. Que dependamos de ella como algo seguro y presente en nuestra
existencia. Hemos perdido la capacidad de sobrevivir por nosotras mismas en la
dependencia hacia un producto que no controlamos, y que se nos ha impuesto como
una necesidad, hasta el punto de manipular nuestro esquema mental sobre el
mundo y de presentársenos como una necesidad sin la cual no podemos desarrollar
nuestras vidas. Y ante ésto, ¿qué hacer?
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